Wednesday, November 10, 2010

Joaquín de Agüero, Francisco Arango y Parreño

Los hombres y mujeres a quines se les agradecen la libertad de Cuba. Los Próceres de la República de Cuba. Resumen del libro “Próceres” por Néstor Carbonell con ilustraciones o “Lápices de” Esteban Valderrama editado en 1919 por Imprenta “El Siglo XX”, Teniente Rey 27 en La Habana.


Joaquín de Agüero
Nació el 15 de noviembre de 1816
Murió el 12 de agosto de 1851

“No comenzó la gloria y el martirio de la patria cubana, no comenzaron los cubanos a sangrar y a morir por la libertad, el 10 de octubre de 1868. Diez y siete años antes del levantamiento de Yara, había resonado en los montes del Camagüey, Trinidad y Pinar del Río, el mágico grito de ¡guerra al tirano! y habíanse estremecido sus llanuras bajo la correría fantástica de la montonera rebelde... ¿Quiénes sacaron a pelea, entonces, a los hijos de Cuba? En Camagüey, un caballero rico y culto y del más puro linaje: Joaquín de Agüero, de los primeros en la legión de nuestros mártires! Ahogaron en flor aquella revolución. Pero la huella sangrienta quedó en el camino recorrido. En la Sabana de Arroyo Méndez, abonada por la sangre del precursor resuelto, quedaron esparcidas las semillas que más tarde habían de fructificar. La senda del honor está odornada de cruces; pero siempre habrá quienes emulen a los que en ella perecieron! La muerte en el campo de batalla, en el cadalso o en el presidio, no intimida, si el que allí muere sabe hacer de su muerte bandera y pedestal. Un héroe que cae estimula más que acobarda a los que se sienten capaces de ser héroes. No pensaba Céspedes en ponerse al frente de un movimiento revolucionario; no había nacido Martí, y ya Joaquín de Agüero ofrendaba su existencia por la misma causa que la ofrendaron más tarde, el primero en San Lorenzo, el segundo en Dos Ríos...

“Llevado de su alma liberal, de su corazón bondadoso, concibió el propósito de dar libertad a los esclavos que había heredado. Y lo realizó. Arranque inaudito para los que traficaban con carne humana, fue interpretado infamemente por el Gobierno, que lo sometió a procedimientos lesivos. ¡Ni derecho a hacer de lo propio lo que le viniera en ganas, tenían en aquellos tiempos los pobres cubanos! En más de una ocasión trataron de complicarlo en supuestas conspiraciones. Deseoso de alejar de su persona estas sospechas, se fue a los Estados Unidos, lugar donde sólo permaneció unos tres meses. A su regreso, vióse nuevamente sometido a interrogatorios, terminados los cuales pasó al campo, a cuyas faenas se dedicó durante algunos años. Después de un viaje a Canarias, adonde fuera ansioso de promover la inmigración blanca, se estableció de nuevo en Camagüey.

“En espera del bote salvador, del bote que los había de conducir al barco amigo, fueron acorralados y cogidos prisioneros, y luego abofeteados y vejados inicuamente. Atados los brazos por detrás y con la misma cuerda anudada en los tobillos, echaron a andar. El víacrucis fue largo. Donde quiera que hacían alto, eran puestos en cepos y sometidos a otros tormentos. Y cuando al fin llegaron al Camagüey, paseados fueron por la ciudad y encerrados luego en un calabozo. Largos y mortales días pasaron allí, hasta la celebración del Consejo de Guerra. De los compañeros de Agüero, de aquellos cinco bravos, dos fueron condenados a cadena perpetua. Los otros tres, Agüero entre ellos, a ser muertos en garrote vil. Cuando Agüero se enteró de la sentencia, sacó un espejito del bolsillo y pasándolo a sus compañeros, les dijo: "Hijos míos, miraos esas caras patibularias." ¡Qué entereza la de aquel hombre, que aun en la antesala de la Eternidad, supo, con un chiste, arrancar risas a sus compañeros!
“A las seis de la mañana del día 11 de agosto de 1851 entró Agüero en capilla, y con él sus compañeros Betancourt, Zayas Y Benavides. Y al amanecer del día siguiente, fueron conducidos, entre toques de corneta y redobles de tambores, a la Sabana de Arroyo Méndez, lugar distante una media legua de la ciudad del Camagüey, y allí, en la imposibilidad de ejecutarlos en garrote, -ya que los camagüeyanos buenos, creyendo poder evitar el alevoso asesinato, habían envenenado al verdugo-, fueron fusilados por la espalda. Allí, en aquella Sabana, escenario triste de un drama horrendo, abandonaron la vida, enamorados de un sublime ideal, cuatro cubanos ilustres, y entre esos cuatro, el que por su grandeza y su martirio, bien merece el tributo de un recuerdo constante, un mármol o un bronce que perpetúe su figura y que diga a las generaciones vivas quién fue uno de los primeros en la senda del deber y en la del martirio...”


Francisco Arango y Parreño
Nació el 22 de mayo de 1765
Murió el 21 de marzo de 1837

“No fue un apóstol de la libertad de su país; no fue siquiera un enamorado del divino ideal de independencia. Nacido en la colonia, educado en el amor a España, se sentía español. Con lealtad sirvió a la madre patria, aunque siempre en beneficio de su tierra y de sus paisanos. Entre las sombras que envolvían a Cuba y a sus hijos en aquel entonces, él era como faro de luz. La historia, nuestra historia de heroísmos y martirios, puede pasar por alto su nombre, no así la de nuestro adelanto y progreso científico, literario, comercial y agrícola. Esta parte de nuestra historia no lo podrá olvidar sin desdoro de la justicia, pues su nombre resume toda una época, y es la concreción de innumerables anhelos, de nobles esfuerzos, de ímprobas luchas en el orden de las ideas. Lo que Arango y Parreño hizo por su patria, impulsándola por el sendero de la cultura y del bien, equivale, teniendo en cuenta los tiempos en que le tocó vivir, a lo que luego hicieron por ella otros en el campo de la acción. A los pueblos les van naciendo, en sus distintas épocas de vida, sus mentores y sus héroes. Ni sobre barro ni sobre serpientes se puede levantar una nación. Y los cubanos como Arango y Parreño fueron los primeros en la preparación del terreno, cuando éste estaba más fangoso y más lleno de agujeros.

“De regreso de Santo Domingo fuése a España, donde cursó sus estudios superiores. Allí adquirió fama de orador elocuente y brillante. Ya con el título de abogado, lo nombraron apoderado en la Corte del Ayuntamiento de la Habana. Con esa representación, defiende enérgicamente, con macizos argumentos y en contra del Gobierno, los intereses de los cubanos. A él, en primer término, se debieron las reformas administrativas llevadas a cabo de 1789 a 1793, base de la prosperidad material y moral de Cuba.

“Bajo el mando del marqués de Someruelos, se le confió una misión diplomática, la cual desempeño de manera tan admirable, que al rendir informe de haberla terminado, una aureola de popularidad circundó su persona, siendo desde entonces el consultor de todos los gobernantes que se sucedieron. El Rey le concedió la Gran Cruz de Carlos III. Esta comisión, y el haber logrado la libertad del comercio, hizo que su nombre se pregonara como el de un gran estadista. Hasta el extranjero llegó su fama. En lengua extranjera fueron reproducidos sus folletos, o citados con encomio. Nombrado asesor de la Factoría de tabaco, sufre en su desempeño las primeras mordeduras de la envidia y los primeros codazos del odio. A los ataques virulentos de sus contrincantes, contesta en su Informe sobre los males y remedios que en la Isla de Cuba tiene el ramo de tabaco, trabajo donde dio comienzo a su campaña contra el triste e inicuo monopolio de la Factoría. En 1808, a causa de la guerra de España y Francia, y en virtud de encontrarse el comercio de Cuba postrado, predica la necesidad del comercio libre, consiguiendo esto, no sin antes sostener grandes debates. Gracias a él, a su tenaz desinterés y fuerza de razonamiento, logró Cuba la libertad del comercio. Después de esto, se le acusó de ambicioso, y por último, de contrario al régimen de España, lo que hizo su situación muy difícil.

“Cansado al fin de la vida pública, se retiró a su casa. A pesar de ello, es nombrado promotor con Laborde y Cárdenas y Manzano, del Instituto Cubano que debía regentear Luz y Caballero. También, en su retiro, le comisionó el Gobierno para la redacción de un Código acerca de la Potestad doméstica. Hasta la residencia de su ingenio La Ninfa van a consultarle, a pedirle su consejo los funcionarios públicos. Escribiendo, "porque no podía estar sin hacer algo", como dice Calcagno, lo sorprendió la muerte, viejo ya y cansado, y mirando acaso, con los ojos moribundos, cómo sus conquistas en beneficio de su patria eran combatidas furiosamente...”

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