Wednesday, September 29, 2010

PROCERES

José Martí
28 de enero de 1853
19 de mayo de 1895

“De Martí en Cuba, como de Washington en los Estados Unidos, como de San Martín en la Argentina, como de Hidalgo en México, copio de Artigas en el Uruguay, como de Bolívar en nuestra América toda, cuanto se diga en elogio es justo. A los padres generosos, a los padres abnegados, heroicos, valiosísimos, nunca los hijos honrarán bastante. Y como a padre debemos todos los cubanos venerar a Martí, ya que él desde el amanecer de la existencia vio a cada uno de sus paisanos como a hijo. Fuera de la patria también puede y debe pregonársele, porque, aunque cubano de nacimiento, fue un hombre universal, un hombre de esos que señalan, al través de los tiempos, una hora en la vida de la Humanidad. ¿Que acontecimiento hubo a fines del pasado siglo comparable a la entrada de un pueblo en la vida de la libertad y el derecho? ¿Y no fue Cuba ese pueblo, gracias a su fe, a su tesón, a su genio, a su amor inagotable y a sus ansias de sacrificio? Sí, por él somos libres o podemos llamarnos así, aunque a veces -como lo previo él- muestre la República la mano cubierta con el guante de la colonia, o hechos dolorosos nos hagan pensar con tristeza que somos como una gota de agua en el océano: que somos una barca a merced de todos los vendavales...


Antonio Maceo
14 de julio de 1845
7 de diciembre de 1896

“De otros cubanos fue la tarea escribir; de Antonio Maceo pelear, luchar sin tregua, sin descanso. De otros, dar alas al pensamiento y luz a la idea: de él, subir lomas, vadear ríos, recorrer largas jornadas. De otros, vivir de casquete de seda y lentes de oro, inclinados sobre los libros: de él, vivir a caballo, vivir guerreando y sin ultrajar la dignidad humana ni cargar botín de aventurero; vivir peleando por la redención de su país y el decoro de sus paisanos. El tiempo le faltó para hacerse bachiller y aprender gramática y aritmética, mas no para hacerse profesional del heroísmo y maestro de austeridad. En la batalla tuvo su escuela, en las armas, sus libros; de guía, el corazón. No fue, pues, un pensador, sino un guerrero genial; el Héroe por antonomasia, a quien se verá siempre, en la inmutable serenidad de la Historia, explorando la sabana primero, y cayendo luego, con arrogante gesto y seguido de sus soldados, alto el machete y desplegada la bandera, sobre el cuadro enemigo...



Máximo Gómez
17 de junio de 1905


“En el olimpo de nuestros dioses, él fue Júpiter. Martí, el Apóstol, el que dictó a los cubanos el evangelio de la libertad. Máximo Gómez, el caudillo, el hombre de acción. ¿Quién sino él, nuevo Aquiles -con su valor y no con sus cóleras-, guió, a sangre y fuego, el ejército desarrapado de los libertadores, al triunfo, a la victoria? Hombre extraordinario, fue, en nuestras horas de lucha, pastor de héroes, y en nuestras horas de calma, cumbre de reflexiones. Sí, aquel fiero paladín de los derechos humanos, que sabía de caer a caballo, acero en alto, sobre el cuadro enemigo, también sabía de echar a volar, sobre el ala de las palabras, el pensamiento viril o la idea generosa. Leyendo lo que él escribió, nadie se lo imagina en el lienzo rojo de los combates, encarnando la guerra redentora, entre odios y sueños, júbilos y sacrificios. Leyéndolo, se le imagina un patriarca bíblico, enseñando a los hijos de su corazón el alfabeto de la existencia, el camino áspero del deber; camino que se repasa casi siempre con los brazos en cruz.

“No nació en Cuba: no era cubano de nacimiento. Pero, ¿quién lo era más de corazón? Nació en Baní, poética población de la República de Santo Domingo, la antilla heroica, grande por su gloria y por su constante martirio. Fueron sus padres, gente laboriosa y honrada. Un cura fue su primer maestro, quien le enseñó el secreto de las letras y de los números. A los diez y seis años, sentó plaza de soldado en el Ejército Nacional, saliendo a combatir a los haitianos que amenazaban invadir su tierra. Terminada esta contienda, volvió a su hogar. Más tarde se vio arrastrado por la vorágine de las guerras civiles. Y cuando llegó la descomposición de su país a tanto, que volvió a ser presa de la monarquía española, sirvió a Escaña, razón ésta por la que, proclamada una vez más la independencia, salió para Santiago de Cuba, a prestar allí sus servicios, como comandante del Ejército español. En Santiago de Cuba residió algún tiempo, hasta que, renunciando grado y empleo, pasó a la jurisdicción de Bayamo, para dedicarse a las faenas agrícolas.

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