“Cuba y el cañonazo de las nueve de La Habana”
“Pocas son las ciudades del mundo en que se sigue la tradición de lo que el amurallamiento de las plazas fuertes imponía y que era de una importancia capital para los habitantes que, por razón de sus ocupaciones, o por diversión, salían fuera de su recinto durante las horas laborables. Las ciudades del 1600, que se encerraban en un círculo de piedra para defenderse de sus enemigos, tenían puertas que daban acceso al exterior las cuales a la señal de un cañonazo se abrían a las 6 de la mañana y se cerraban entre las 8 y las 9 de la noche. En la actualidad, que yo sepa por haber vivido en ellas, dos son las ciudades del orbe que siguen disparando un cañonazo a las 9 de la noche: La Habana, Capital de la República de Cuba y la ciudad del Norte de Africa, Melilla.
“La Habana por los años del 1600, por ser ciudad abierta a todo campo, se veía acosada constantemente por la presencia destructora y enemiga de piratas y corsarios entre otros enemigos, lo que tenía en constante zozobra a la pacífica población que en su seno albergaba. Estas contingencias hicieron que en 1667 su Gobernador don Francisco Dávila Orejón, planeara la construcción de su amurallamiento, obra que se inició en 1730 y terminó sobre el año 1740 con un costo que ascendió a unos tres millones de pesos.
“Estas murallas de la Ciudad de La Habana tenían unas seis puertas que comunicaban al exterior y que estaban situadas en los lugares que hoy conocemos con los nombres de La Punta, al final de la Calle de Cuba; de Colón, al final de la calle Cuarteles; de Muralla, en el lugar que hoy comúnmente se denomina Plaza de las Ursulinas; del Arsenal, a la salida de la calle de San Isidro; de la Tenaza, donde radica hoy la Estación Terminal de los ferrocarriles, y de Monserrate, donde se levanta hoy la estatua del General Albear a la salida de las calles de O'Reilly y de Obispo. Ellas encerraban a la Ciudad de La Habana en un área que comprendía toda la parte izquierda de su hermosa bahía hasta las calles de Egido y Monserrate, y todos los individuos que se encontraban fuera del recinto al dar las 9 de la noche ya sabían que con el cañonazo de las nueve les esperaba la intemperie nocturna con todos sus peligros, sin la más ligera esperanza de poder adentrarse en el casco citadino hasta que de nuevo el cañonazo de las seis de la mañana anunciara a la población que las puertas habían sido abiertas de nuevo, al despuntar una nueva aurora.
“Como todas las cosas humanas, La Habana tuvo su proceso y fue el suyo de progreso y engrandecimiento y, a medida que se iba acentuando su importancia, iban surgiendo como centinelas de avanzadas castillos y fortalezas que se conocen en su historia con los nombres de la Fuerza, el Morro, la Punta, el Príncipe y Atarés; Fortaleza de La Cabaña y Baterías de Santa Clara y Número Cuatro, estas dos últimas hoy desaparecidas. Con estos guardianes, la ciudad, sintiéndose segura, comprendió que sus murallas eran un obstáculo a su expansión y engrandecimiento, por lo que el Ayuntamiento de la ciudad propició y obtuvo la autorización para empezar a derrumbar la parte que más necesitaba y que era la que tenía las puertas de Monserrate. Sobre el año 1868 empezaron a ser derrumbadas aquellas pétreas defensas, y al expansionarse la ciudad, todo lo que quedaba dentro de lo que era la antigua ciudad amurallada se conoció con el nombre de La Habana Vieja y todas las calles que surgieron a la vida extramuros determinaron La Habana Nueva, nombres que aun hoy en día existen.
“Con pequeñas variantes en su verdadero casco interior, la ciudad habanera, a pesar de sentir todo el estremecimiento de la vertiginosa vida actual, no deja nunca de ser un pedazo de la Historia de Cuba, cuyas notas románticas se van esfumando a medida que 'el área de la hoy Capital de la República de Cuba va tragando kilómetros y kilómetros, ansiosa de playas, de aire y de sol, de alegría y distracción, de comercios y de industrias, de comodidad en el hogar y en el vivir, adquiriendo con ello fama de gran ciudad que se coloca entre las de primer orden por el número de sus habitantes, la magnificencia de sus repartos y construcciones y la extensión de su territorio que ha ido reclamando a las municipalidades vecinas el tributo indispensable para no perder el título de Señora y Reina... Entretanto, como piedras de rica tradición que adornan su corona ha dejado en cada extremo de lo que fue su primitiva existencia, un pedazo de sus murallas, mudos testigos de su ayer que se esfuma en los tiempos que jamás han de volver y que suspiran cada noche cuando, al filo de las nueve, el cañonazo tradicional les recuerda toda su historia.”
“Pocas son las ciudades del mundo en que se sigue la tradición de lo que el amurallamiento de las plazas fuertes imponía y que era de una importancia capital para los habitantes que, por razón de sus ocupaciones, o por diversión, salían fuera de su recinto durante las horas laborables. Las ciudades del 1600, que se encerraban en un círculo de piedra para defenderse de sus enemigos, tenían puertas que daban acceso al exterior las cuales a la señal de un cañonazo se abrían a las 6 de la mañana y se cerraban entre las 8 y las 9 de la noche. En la actualidad, que yo sepa por haber vivido en ellas, dos son las ciudades del orbe que siguen disparando un cañonazo a las 9 de la noche: La Habana, Capital de la República de Cuba y la ciudad del Norte de Africa, Melilla.
“La Habana por los años del 1600, por ser ciudad abierta a todo campo, se veía acosada constantemente por la presencia destructora y enemiga de piratas y corsarios entre otros enemigos, lo que tenía en constante zozobra a la pacífica población que en su seno albergaba. Estas contingencias hicieron que en 1667 su Gobernador don Francisco Dávila Orejón, planeara la construcción de su amurallamiento, obra que se inició en 1730 y terminó sobre el año 1740 con un costo que ascendió a unos tres millones de pesos.
“Estas murallas de la Ciudad de La Habana tenían unas seis puertas que comunicaban al exterior y que estaban situadas en los lugares que hoy conocemos con los nombres de La Punta, al final de la Calle de Cuba; de Colón, al final de la calle Cuarteles; de Muralla, en el lugar que hoy comúnmente se denomina Plaza de las Ursulinas; del Arsenal, a la salida de la calle de San Isidro; de la Tenaza, donde radica hoy la Estación Terminal de los ferrocarriles, y de Monserrate, donde se levanta hoy la estatua del General Albear a la salida de las calles de O'Reilly y de Obispo. Ellas encerraban a la Ciudad de La Habana en un área que comprendía toda la parte izquierda de su hermosa bahía hasta las calles de Egido y Monserrate, y todos los individuos que se encontraban fuera del recinto al dar las 9 de la noche ya sabían que con el cañonazo de las nueve les esperaba la intemperie nocturna con todos sus peligros, sin la más ligera esperanza de poder adentrarse en el casco citadino hasta que de nuevo el cañonazo de las seis de la mañana anunciara a la población que las puertas habían sido abiertas de nuevo, al despuntar una nueva aurora.
“Como todas las cosas humanas, La Habana tuvo su proceso y fue el suyo de progreso y engrandecimiento y, a medida que se iba acentuando su importancia, iban surgiendo como centinelas de avanzadas castillos y fortalezas que se conocen en su historia con los nombres de la Fuerza, el Morro, la Punta, el Príncipe y Atarés; Fortaleza de La Cabaña y Baterías de Santa Clara y Número Cuatro, estas dos últimas hoy desaparecidas. Con estos guardianes, la ciudad, sintiéndose segura, comprendió que sus murallas eran un obstáculo a su expansión y engrandecimiento, por lo que el Ayuntamiento de la ciudad propició y obtuvo la autorización para empezar a derrumbar la parte que más necesitaba y que era la que tenía las puertas de Monserrate. Sobre el año 1868 empezaron a ser derrumbadas aquellas pétreas defensas, y al expansionarse la ciudad, todo lo que quedaba dentro de lo que era la antigua ciudad amurallada se conoció con el nombre de La Habana Vieja y todas las calles que surgieron a la vida extramuros determinaron La Habana Nueva, nombres que aun hoy en día existen.
“Con pequeñas variantes en su verdadero casco interior, la ciudad habanera, a pesar de sentir todo el estremecimiento de la vertiginosa vida actual, no deja nunca de ser un pedazo de la Historia de Cuba, cuyas notas románticas se van esfumando a medida que 'el área de la hoy Capital de la República de Cuba va tragando kilómetros y kilómetros, ansiosa de playas, de aire y de sol, de alegría y distracción, de comercios y de industrias, de comodidad en el hogar y en el vivir, adquiriendo con ello fama de gran ciudad que se coloca entre las de primer orden por el número de sus habitantes, la magnificencia de sus repartos y construcciones y la extensión de su territorio que ha ido reclamando a las municipalidades vecinas el tributo indispensable para no perder el título de Señora y Reina... Entretanto, como piedras de rica tradición que adornan su corona ha dejado en cada extremo de lo que fue su primitiva existencia, un pedazo de sus murallas, mudos testigos de su ayer que se esfuma en los tiempos que jamás han de volver y que suspiran cada noche cuando, al filo de las nueve, el cañonazo tradicional les recuerda toda su historia.”
No comments:
Post a Comment